De un tiempo a esta parte no hay día que no pase sin que conozcamos un nuevo producto hecho con bambú. Desde el techo de la terminal T4 de Barajas de Richard Rogers, pasando por la bicicleta Biolove de Ross Lovegrove hasta los boles que Ekobo fabrica en Asia y vende por todo el planeta, el bambú se ha convertido en “El Ecomaterial” por excelencia. Está claro que esta fama no es gratuita, pero ¿es el bambú tan eco-friendly, green y/o sostenible como se nos está haciendo creer? A partir de una pregunta formulada por un asiduo lector a este blog (se aceptan más propuestas), he investigado algo sobre el tema, y parece que no es eco todo lo que reluce.
El bambú es una gramínea de tallo leñoso y de rápido crecimiento. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), algunas de las especies pueden crecer entre 7,5 y 40 centímetros diarios, llegando a alturas de hasta 40 metros en apenas cuatro meses. Se estima que en 35 años una única planta de bambú puede producir unos 15 km de postes aprovechables. De esta manera, una plantación de bambú proporciona un volumen de materia prima cuatro veces superior a la que puede proporcionar una de eucaliptos en el mismo periodo de tiempo.
Como material para la construcción se le observan cualidades muy interesantes, principalmente sus propiedades mecánicas, las que superan a las de varios materiales comunes en la construcción. Se trata de un material que presenta una mayor resistencia estructural que la madera o el cemento, por ejemplo. Además, debido a su ligereza y elasticidad, es un material especialmente adecuado para la edificación en zonas propensas a terremotos. La realidad actual, por lo tanto, es que se ha (re)descubierto un material natural y ecológico, el uso del cual podría reducir la sobreexplotación y deforestación de los bosques. Durante miles de años, el bambú ha sido utilizado en aquellos lugares donde crece de manera natural (zonas tropicales y subtropicales). Cuando este material penetra en el mercado occidental se presentan nuevos retos para los diseñadores y arquitectos, pero también genera algunas dudas ambientales: ¿qué pasa cuando el bambú ha de ser transportado desde Asia? ¿Y cuándo es necesario que sea altamente procesado para la elaboración de un producto?
Pues bien, los investigadores P. Van der Lugt y A. Van den Dobbelsteen, de la Delft University of Technology, en Holanda, llevan años estudiando el bambú como material para la construcción en Europa, desde un punto de vista ambiental, económico y social. Una de las conclusiones más importantes que se reflejan en sus estudios es que hay que diferenciar entre la utilización de la caña de bambú al natural en la arquitectura y la utilización del bambú como materia prima que ha de pasar por una cadena de manufacturación, principalmente para la fabricación de entarimados y parqué.
En el primer caso, cuando se utiliza la caña de bambú como material estructural en la arquitectura, los estudios concluyen que la rigidez y la fuerza de ésta es mayor que la del hormigón y la madera, y similar a la del acero. Analizando su ciclo de vida, han concluido que el mayor impacto ambiental radica en su transporte por mar desde Costa Rica (93% de los costes ambientales).
En el segundo caso, para generar un panel de bambú la caña tiene que ser serrada, alisada, blanqueada, lijada, pegada, prensada, etc. Es este proceso el que aumenta los costes ambientales de este tipo de productos. En especial, el blanqueado. Incluso sin blanquear el bambú, el impacto ambiental de este tipo de paneles es más elevado que los mismos paneles hechos con pino, aglomerado y otras maderas laminadas.
Los investigadores concluyen, pues, que la caña de bambú, en su forma natural y en algunas aplicaciones concretas, puede ser hasta 20 veces más sostenible que los típicos materiales que se usan en Europa, como pueden ser la madera, el hormigón o el acero. Cuando es utilizado como materia prima para un producto industrial manufacturado, las ventajas ambientales del bambú se pierden. Asimismo, los autores también argumentan que el uso del bambú como material para la construcción en su forma natural (recordamos, la manera más sostenible de usarlo) en Europa presenta diversas trabas, como pueden ser la forma cilíndrica, la irregularidad del material y la falta de conocimiento práctico y protocolos de utilización.
Alguien podría pensar que el problema del transporte podría resolverse plantando esas especies en nuestro territorio. Pero, ¿cuáles serían las consecuencias para los ecosistemas si introdujéramos nuevas especies alóctonas de rápida expansión? No somos novatos en eso. Ya tenemos experiencias similares con la caña americana (Arundo donax) en las riberas de los ríos y rieras, el eucalipto (Eucalyptus sp.) en la franja cantábrica o el mejillón cebra (Dreissena polymorpha) en el Ebro, entre muchos otros.
Hasta no hace demasiado tiempo, escasamente conocíamos la repercusión que podían tener ciertos materiales sobre el medio ambiente. Actualmente, sabemos cómo cuantificar el impacto ambiental de los productos, mediante análisis del ciclo de vida u otras herramientas. Creo que es necesario ser crítico, separar el grano de la paja, -no todo lo que nos venden actualmente como “eco” es realmente bueno para el medio ambiente- y continuar la investigación para conseguir solventar las preguntas que generan las nuevas materias, para conocer y mejorar las viejas y para desarrollar nuevos avances que, de esta manera, nos permitan caminar hacia un desarrollo más sostenible.