"Tu beso se hizo calor, luego el calor, movimiento, luego gota de sudor que se hizo vapor, luego viento, que en un rincón de La Rioja movió el aspa de un molino, mientras se pisaba el vino que bebió tu boca roja".
Todo se transforma. Jorge Drexler
Que estés hoy leyendo esto no ha sido tarea fácil. Durante 4.000 millones de años han existido miles y miles de millones de seres vivos que ya no lo pueden contar. La evolución ha hecho que seamos lo que somos y que estemos donde estamos. Somos fruto del azar de la selección natural, una ruleta rusa de la que sólo salen vivos aquellos que mejor se adaptan. Afortunados que estuvieron en el momento justo en el lugar adecuado. Mutaciones que nos han ido cambiando a lo largo del tiempo y que nos han hecho mejores. Pero que no se te hinche el pecho. Deja por un momento de observar la pantalla y mira a tu alrededor. ¿Ves las especies vegetales y animales que te rodean? ¿Intuyes aquellas otras que no puedes ver? Todas han pasado por un casting más complicado que el tuyo. Escucha el gorjeo del pájaro que pasa. ¡212 millones de años para dar con esa voz! Y nosotros, como especie, llevamos en este mundo apenas 50.000 años. Nos creemos perfectos y tenemos tanto que aprender… Las plantas obtienen su energía del sol, los moluscos crean duras cerámicas con un par de compuestos, los chimpancés se automedican, los bosques se gestionan de manera autónoma. La naturaleza lleva perfeccionando sus sistemas 4.000 millones de años. ¿Por qué no aprovechamos la experiencia acumulada por los seres vivos para, con humildad y respeto, encontrar soluciones a los problemas que los seres humanos estamos intentando resolver hoy en día?
Esa es la premisa inicial de la biomímesis: la aplicación de métodos y sistemas naturales en el mundo del diseño. De esta manera, se han creado adhesivos que imitan las patas de los geckos, hábiles reptiles capaces de escalar paredes; o pinturas autolimpiables para superficies, a imagen y semejanza de lo que ocurre con las hojas de loto; o edificios que ahorran un 90% de la energía utilizada para su climatización, inspirados en los termiteros; o sistemas cerrados de producción agrícola e industrial, copiando cualquier ecosistema natural.
La naturaleza está regida por una visión cíclica, sistemática y en equilibrio. Cíclica, porque la materia, como la energía, ni se crea ni se destruye: se transforma. Resulta curioso pensar que el agua que bebes no puede ser otra que el agua que conformaba el 90% de la manzana que en su día le cayó en la cabeza a Isaac Newton. O que las hojas marchitas de un cerezo retornan a la tierra, convirtiéndose, de nuevo, en alimento para el árbol. La circulación de la materia y la energía es constante. Y sistemática: la energía y la materia pasan de unos lugares a otros de manera organizada. Una brizna de hierba es la suma de diferentes células que sintetizan energía, que será usada por el conejo que, más tarde, comerá el lince, organismo –por cierto- formado por células que crean tejidos, que forman órganos, que constituyen aparatos, agrupados en sistemas. Cada uno tiene su lugar y su función, su nicho, dentro de un ecosistema. Y todo en perfecto equilibrio dinámico entre individuos, especies, y su entorno, generando realidades complejas.
Nosotros, los humanos, no somos diferentes. Por un momento pensamos que sí, que podíamos ir por libre, que la naturaleza era algo ajeno a nosotros y podíamos actuar a nuestro antojo. Pero ahora vemos que la naturaleza nos sobrevivirá, y que no somos más que otra de las millones de especies que pasan por aquí durante un rato. De las últimas que ha llegado, de hecho.
Es por eso que tenemos que tomar buena nota de lo que hace la madre naturaleza. Ésta tiene que ser vista como modelo, medida y mentora de las actividades humanas: modelo, porque pueden imitarse formas, procesos y sistemas que llevan funcionando millones de años; medida, porque tenemos que evaluar constantemente nuestros diseños y compararlos con la naturaleza para ver si las soluciones propuestas son igual de eficientes, simples y sostenibles que las que encontramos en ella; y mentora, porque tenemos que aceptar que somos parte de la naturaleza, dejar de actuar como si fuésemos ajenos a ella, y comportarnos de manera acorde.
Podemos atacar, de manera multidisciplinar, los problemas que tanto nos agobian hoy cambiando nuestra percepción sobre la naturaleza, aspirando a resolverlos a través de diseños que se aprovechen de la experiencia natural acumulada. Debemos enmarcarnos en un contexto, absorber la sabiduría de éste (sus individuos, sus especies, sus recursos y sus relaciones entre ellas y con su entorno) y aplicarlos en nuestros proyectos para resolver problemas de una manera más eficaz y sostenible. El patrimonio territorial –natural y cultural- del norte de Gran Canaria es muy rico. Podemos, por ejemplo, estudiar la fisionomía de las plantas suculentas, la ecología de los bosques de pino canario e, incluso, el sistema antrópico desarrollado alrededor de los tunos y la cochinilla. Si la evolución es el resultado de la adaptación de los seres vivos en general al medio ambiente y la biomímesis se inspira en ella, el conocimiento ecológico local –estudiado por la etnoecología- es el resultado de la adaptación humana en particular al medio ambiente y puede servirnos también de inspiración para la práctica de lo que podríamos denominar etnomímesis. ¿Para qué sirven los pinchos de los cactus? ¿Por qué el crecimiento de un pino canario es más lento que el de un pino peninsular? ¿Qué frenó la economía de la cochinilla?
Texto inspirado en:
Bryson, Bill. 2003. Una breve historia de casi todo.
Benyus, Janine. 1998. Biomimicry. Innovation inspired by nature.
Toledo, V.M. 1992. What is ethnoecology? Origins, scope, and implications of a rising discipline.