La plaza del azufaifo

Como cuenta Goytisolo en sus Palabras para Julia, “un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada.” Pero si se unen, pueden salvar un árbol bicentenario: el azufaifo de la calle Arimón. Que unos vecinos intenten salvar un árbol parece una muy humilde meta. Pero en el barrio de Sant Gervasi de Barcelona se convirtió hace un par de años en una cruzada simbólica: David contra Goliat, el ciudadano de a pie contra la vorágine constructora y la cruda razón económica, dueñas del destino de nuestro bienestar.

Isabel Núñez lideró esta revuelta vecinal que ha ido ganando batallas (desde impedir su tala y su trasplante, hasta conseguir su catalogación como árbol de interés local y evitar la construcción de equipamientos alrededor que dañara sus raíces) y que, por el momento, mantiene el árbol en pie. La escritora narra la historia del azufaifo o jinjolero y cómo los vecinos fueron superando todo tipo de trabas en el libro “La plaza del azuifaifo”, un escrito humilde, pero que carga contra la progresiva fealdad de nuestra ciudad, consecuencia de la ignorante arrogancia de (muchos) arquitectos y urbanistas (“[…] No nos damos cuenta de que lo hacen por nosotros, nos modernizan, nos sitúan en un paisaje mejor, más acorde con estos tiempos. Nos ayudan. Somos iletrados y desagradecidos. […]”) y la terrible flema de nuestra clase política, que “no recuerdan que son empleados nuestros, que nosotros les pagamos, que no sólo tenemos derecho a votar y a mantenerles o a echarles de sus puestos, sino que eso implica atendernos con respeto y escucharnos, y que esa escucha podría mejorar su gestión.”

El libro supone una muestra de lo que ha sido el modelo de crecimiento español de los últimos tiempos, sujeto de manera exclusiva a las virtudes del cemento en detrimento de las personas y nuestro entorno.

A propósito de los árboles de las ciudades, la autora hace referencia a que España es el país más arboricida de Europa y que, pese a las campañas políticas que aseguran –y que habría que verificar- que el número de árboles de la ciudad es de los más elevados entre las urbes europeas,  lo que realmente importa es la calidad del patrimonio arbóreo. Los “palillos chinos con dos hojitas y alcorques diminutos” de Barcelona nunca llegarán a comportarse (a nivel ecológico, de intercambio de gases,…) de la misma manera que los árboles europeos. Y eso es debido, en gran parte, a la falta de cultura y de respeto hacia el patrimonio natural que nos rodea.

Haciendo el ejercicio, he captado unas imágenes al azar de diferentes ciudades europeas: Milán, Lisboa, París, Oslo, Hamburgo y Barcelona, respectivamente. La densidad de población vegetal en las calles, la masa arbórea aérea y el diámetro de copa no tienen punto de comparación. La realidad es triste. Lo que nosotros tenemos en la ciudad no son árboles: son caricaturas deformes fruto de una poda estúpida o  un mal sustituto raquítico de lo que en otros lugares cuidan y se enorgullecen.
 
 
 
o: El hombre que sembraba árboles o Árboles, no bombas o Sentier Battu