RE: Miss Julia

El cartón es un material fácil de usar, reciclable, reciclado y que se encuentra en múltiples variantes en nuestra vida cotidiana. Es uno de los materiales más agradecidos a la hora de hacer manualidades. ¿Quién no ha se ha hecho un traje en cartón a medida para carnavales? Pues bien, Miss Julia va un paso más allá y crea muebles de cartón de suprema elegancia, alargando -además- su ciclo de vida útil. Y cuando al mueble se le rompa una pata o un cajón no encaje, o se arregla con precinto o se recicla.
 
Post publicado en Resseny el 5 de julio de 2007

Jardines en las pequeñas grietas

 
 

La carrera de María Ortega Estepa crece y se expande como lo que pinta. De un tiempo a esta parte, la artista cordobesa combina sus trabajos sobre lienzo con intervenciones en el exterior, donde el entorno natural amplifica la frescura y delicadeza de  su obra. Las composiciones de sus 'jardines en las pequeñas grietas' (San Javier, Murcia) juegan entre la realidad y la ficción, entre el lápiz, las tintas y las plantas vivas, creando un cuadro perfecto sobre el muro, que nunca antes había usado como lienzo con tanta sensibilidad.

El packaging perfecto: una naranja

¿Puede establecerse un paralelo entre los objetos proyectados por el diseñador y los producidos por la naturaleza? ¿Qué es la cáscara de una fruta, sino el packaging de dicha fruta? Bruno Munari, en su libro El arte como oficio publicado en 1968 ya encuentra ese paralelismo y razona sobre algunos objetos naturales en el idioma del diseñador. Un ejercicio interesante que nos descubre muchas analogías entre los artefactos naturales y los culturales:

"El objeto está formado por una serie de continentes modulados en forma de tajada, dispuestos circularmente en torno a un eje central vertical, al cual cada elemento apoya su lado rectilíneo mientras que todos los lados curvos, vueltos hacia el exterior producen, en el conjunto, una suerte de esfera. 

El conjunto de estas tajadas o gajos está envuelto en un embalaje bien caracterizado, tanto desde el punto de vista de la materia como del color: bastante duro en la superficie externa y revestido con un acolchado mórbido interior, de protección entre el exterior y el conjunto de los continentes. Todo el material es de una misma naturaleza en su origen, pero se diferencia oportunamente en cuanto a la función.

Cada continente, a su vez, está formado por una película plástica, suficiente para contener el jugo pero bastante maniobrable en la descomposición de la forma total. Cada gajo se mantiene unido por un adhesivo muy débil. El embalaje, cual hoy se hace, no ha de devolverse al fabricante, sino que se puede tirar.

Cada gajo tiene exactamente la forma de la disposición de los dientes de la boca humana, por lo cual, una vez extraído del embalaje, puede apoyarse entre los dientes y, con una ligera presión, romperlo y extraer su jugo. Los gajos contienen, además del jugo, pequeñas semillas de la misma planta que engendró el fruto: un pequeño homenaje que la producción ofrece al consumidor en el caso de que éste quisiera tener una producción personal de tales objetos. Obsérvese el desinterés económico de semejante idea y, por el contrario, la ligazón psicológica que se forma entre consumo y producción: nadie, o muy pocos, se pondrán a sembrar naranjas, pero el ofrecimiento de esta concesión, altamente altruista, la idea de poderlo hacer, libera al consumidor del complejo de castración y establece una relación de confianza autónoma recíproca.

La naranja, por esto, es un objeto casi perfecto en el que se encuentra la absoluta coherencia entre forma, función y consumo. También el color es exacto; azul sería enteramente equivocado. La única concesión decorativa, si así puede decirse, es la búsqueda "matérica" de la superficie del embalaje, tratada como "piel de naranja". Acaso para recordar la pulpa interna de los gajos. A veces, un mínimo de decoración, perfectamente justificado, puede ser admitido. "

Ciudades permeables. La relación del espacio urbano con el territorio

Las ciudades son los centros vitales de las sociedades humanas desde hace más de 8.000 años. A lo largo de la historia, han sido fundadas en lugares estratégicos, siempre diseñadas en función de su entorno inmediato y de su radio de acción. Cruce de caminos, se han convertido en lugares de creación, intercambio y distribución tanto de bienes como de conocimiento. Actualmente, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y se calcula que aumentará hasta el 60% para el año 2030.

Como muchos autores defienden, las ciudades son el ecosistema vital para la mayoría de la especie humana. Cualquier ecosistema se define por el intercambio de flujos de materia y energía entre los componentes de éste y entre éstos y el exterior. De hecho, esta ley se repite a diferentes niveles jerárquicos, desde un planeta hasta una célula: un bosque de encinas y la piel de un anfibio, por ejemplo, son permeables en el sentido de que permiten y favorecen los flujos de intercambio en todas direcciones. Las ciudades deberían ser la piel del territorio y no una operación integral de cirugía estética que lo aísla de la realidad. Me da la sensación de que las ciudades actuales han perdido esa conectividad con la tierra que hay debajo y alrededor de ellas y actúan como un implante de silicona que ni padece, ni respira ni da pie al intercambio dinámico de flujos. En cualquier caso, estos flujos son unidireccionales. Como un enfermo terminal, la ciudad moderna chupa energía y materiales de su entorno, pero no ofrece nada a cambio. Necesitamos que las áreas urbanas sean permeables, se reincorporen a su espacio natural y tomen conciencia y respeten su flora, su fauna, su biotopo ambiental, su paisaje original y su riqueza cultural.

La adaptación y la permeabilidad al entorno no se traduce, obviamente, en una ristra de aplicaciones universales. Esto dificulta la toma de decisiones, pues nos obliga a pensar en las numerosas variables. A algunos les puede provocar pereza, pero para los buenos arquitectos, diseñadores, urbanistas y paisajistas comprometidos, la tarea supone un reto. Pasa como todo, que es más fácil copiar que tomarse un tiempo de estudio y reflexión para acertar con la propuesta. Un caso paradigmático de desidia es el césped en las ciudades. Dejando de lado en este post el lado cultural del asunto permeable y centrándonos en lo natural, parece que el mayor vínculo a ras de suelo entre la urbe y la naturaleza se traduce en alfombras de césped, praderas de un monocultivo sediento que, para más inri, no le damos el uso que debería tener. Desengañémonos. No vivimos en la campiña inglesa. El césped es un elemento efectista, cierto, que queda muy verde en la nota de prensa, pero que por estas latitudes necesita unos cuidados y unos recursos (agua, tratamientos químicos, siega, protección con elementos físicos, limpieza,…) que podríamos plantearnos ahorrar, teniendo en cuenta que lo que nosotros incomprensiblemente valoramos como símbolo de bienestar acostumbra a estar plenamente prohibido utilizarlo, salvo que seas un cánido.

Tenemos la responsabilidad de ir educándonos como sociedad y darnos cuenta de que plantar césped en nuestro espacio público (y privado) no es sinónimo de lujo o estatus social, sino más bien de incultura. No es permeable, no me dice nada del territorio, no tiene, en definitiva, sentido un verde urbano limitado en un perímetro cuadrado que hay que cuidar como a un bonsái. Nos hemos dado cuenta de que, a largo plazo, es mucho más económico, útil y estético generar espacios verdes similares a los que encontramos en las zonas forestales, con plantas autóctonas, fomentando la biodiversidad con praderas de múltiples especies (y no monocultivos de gramíneas) y creando microsistemas seminaturales. Nos hemos dado cuenta de que los ciudadanos no tenemos conocimiento sobre nuestro entorno ni de lo que vive cerca y, por lo tanto, ni lo valoramos ni lo respetamos. Nos hemos dado cuenta. Ahora hay que hacer algo.

Post publicado en Experimenta

La curva natural


No fue la naturaleza quien creó las tablas rectas, sino las limitaciones tecnológicas”. Y cuánta razón tienen los de Bolefloor, la empresa holandesa que produce y comercializa suelos de madera de lamas curvas, resiguiendo la morfología de los árboles, volviendo así a lo natural. Cada tarima es diferente, puesto que cada corte y cada árbol son únicos. La tecnología, desarrollada por una ingeniería finlandesa junto a tres compañías de software y el Instituto de Cibernética de la Universidad Tecnológica de Tallin, combina sistemas de escaneo de la madera junto al desarrollo de herramientas CAD/CAM y algoritmos de optimización para la colocación y secuenciación de las lamas. Este novedoso método permite detectar los bordes naturales de la madera y evalúa sus imperfecciones (nudos, etc.) para determinar el corte más eficiente y duradero. Con esto, la técnica permite ahorrar madera, puesto que se obtiene mayor superficie de suelo por árbol talado. Nunca la frase “hacer más con menos” estuvo mejor justificada.

o: Mirador Pinohuacho o La ciencia es simple o Solución biónica a las trampas transparentes