He acabado de leerme el interesante libro ‘La ciudad en crisis’ de Elaine Morgan, la controvertida científica que defiende la hipótesis del mono acuático. En este libro, escrito en 1974, no polemiza sobre el origen del ser humano, sino que plantea una serie de cuestiones acerca de nuestra vida en las ciudades. Hace ya 35 años, la autora avisaba de que “el tipo de ciudades que permitimos se construyan hoy determinará la forma de vivir y de pensar de nuestros hijos y nietos. Es preciso reaccionar ahora mismo”. A mí me parece premonitorio y, por tanto, muy recomendable su lectura, sobretodo los primeros capítulos, cuando habla de que la arquitectura y el diseño de las ciudades puede mejorar el bienestar de los ciudadanos, favoreciendo el sentimiento de comunidad, cuyos miembros tienden a dar más importancia a las personas que a las cosas, contrariamente a lo que ocurre en la mayor parte de las actuales áreas urbanas.
Sobre todo, me fascina el ejercicio intelectual –como ella subraya- que propone al principio del libro, cuando se plantea el origen biológico de las ciudades y lo compara con las especies gregarias de abejas. Considera que tanto en las abejas gregarias (tan sólo un 10% de las especies de abejas conocidas, el resto son solitarias) como en el ser humano, se debe haber producido el mismo tipo de salto evolutivo hacia un tipo de organización social comunitaria.
Argumenta que las semejanzas entre las formas de organización social en la colmena y en la ciudad pueden ser superficiales, pero de ninguna manera atribuibles a una mera coincidencia. El factor ecológico que precipitó este sorprendente desarrollo ha sido exactamente el mismo en ambos casos. Fue una asociación repentina, de éxito fulminante y de ayuda mutua, entre una clase particular de animal y una planta de características especiales.
Habla del mutualismo -esto es, la interacción biológica entre individuos de diferentes especies, donde ambos se benefician y mejoran su aptitud biológica- que se da entre abejas y algunas flores y la aparición de la colmena como lugar de almacenamiento de los productos vegetales que alimentan la explosión demográfica de la población de abejas. Las ventajas de poder acumular y atesorar productos alimentarios por períodos prolongados sin sufrir deterioro convierten inevitablemente al insecto nómada en sedentario. Además, puesto que resultaba tan valioso para las abejas como para sus enemigos, era conveniente construir una ciudadela a su alrededor y agruparse de manera cada vez más compleja, a fin de defenderla.
Y lo compara con el origen de la civilización humana: la asociación, en el caso del ser humano, fue constituida, por una parte, por una especie de bípedos sin pelos y, por otra, por los granos de cierto tipo de planta (maíz, trigo, arroz). La población de bípedos y de granos alimenticios aumentó en forma conjunta, en la medida que los hombres cuidaron los cultivos, extendieron sus hábitats, talaron los árboles cuya sombra impedía el avance de los sembrados y declararon la guerra a todos sus enemigos, desde las malas hierbas hasta la sequía.
Los hombres corrieron la misma suerte que las abejas, ya que el producto vegetal con el que se aliaron poseía muchas calorías y podía ser almacenado. Se dieron cuenta de que era necesario construir depósitos para ello, estableciendo comunidades sedentarias en sus alrededores y preparándose para defenderlos de los merodeadores. Su organización social, hasta entonces no demasiado diferenciada del modelo del primate, comenzó a desarrollarse y, en poco más de cinco mil años, ha alterado el esquema primitivo y sigue alterándolo hasta hacerlo totalmente distinto.
Luego continúa hablando del equilibrio y autocontrol existente en las comunidades insectívoras y cómo el ser humano ha dejado de lado las leyes de la naturaleza, asumiendo las graves consecuencias que ello comporta. Sin duda, un interesante ensayo sobre las ciudades contemporáneas y su relación con el entorno que, aunque obsoleto en algunos capítulos, sigue vigente en su mayor parte después de 35 años.
Imágenes: Panal de abejas/ Ixtapaluca (Mexico)
o: Ciudades como sistemas vivos o Naranajas amargas o La ciudad jubilada
La ciudad en crisis
Publicado el
4.6.10
por
Jon Marín
-
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urbanismo
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