Llega la Navidad y con ella afloran esos sentimientos de paz interior, felicidad, buenas intenciones y mejores recuerdos que acostumbran a darse durante estos días. Es lo que se llama el espíritu navideño. Y ese espíritu bondadoso se refleja en un icono tan expandido como es el árbol de navidad, una tradición pagana bien documentada a lo largo de la historia de la humanidad. Son millones los árboles que se decoran en navidad en todo el mundo, una práctica discutible desde un punto de vista ecologista.
Es por eso que cuando llegan estas fechas señaladas, uno se pregunta “¿es necesario cortar un árbol, transportarlo, decorarlo, contemplarlo durante diez días y luego deshacernos de él como representación del significado de la tradición, la espiritualidad y las emociones de estas fiestas?”. Y existen dos respuestas: la negativa, que implicaría un cambio de hábitos difícil de llevar a la práctica, y la positiva, que lleva a buscar posibles alternativas.
Los cambios de hábitos consistirían en el replanteamiento de nuestros símbolos navideños. ¿Por qué decir lo que sentimos en navidad con regalos de Toys’r’us o a través de personajes con el color corporativo de Coca-Cola y no pasando más tiempo con nuestros hijos o familiares (plantando árboles, por ejemplo)? La respuesta es simple y obvia, y por este motivo resulta difícil cambiar el rumbo.
Entre las alternativas a los árboles de navidad naturales, se cuentan por miles las propuestas de “árboles” hechos con todo tipo de cartones, plásticos de inimaginables colores, tejidos o metales reciclados. Pero, además del impacto ambiental provocado por el ciclo de vida de estos productos (extracción de petróleo, fabricación bajo dudosas condiciones laborales, transporte, gasto de energía, deposición de los residuos, etc.) ¿hasta qué punto un trozo de plástico con forma de abeto puede sustituir el significado místico para el ser humano que tienen los árboles en la mayoría de las culturas? Es por eso que se me plantean nuevas disyuntivas:
“¿Y si alargáramos la vida útil del árbol de navidad?” En la realidad, sólo el 1% de los árboles naturales sobrevive a la navidad, por dos motivos esenciales: el primero es que los árboles que salen de los viveros son de raíz corta o éstas vienen envueltas en escayola, por lo que se hace muy difícil su replantación; el segundo es que los típicos árboles navideños provienen de hábitats fríos y húmedos, condiciones que no se dan en el interior del hogar. “Y si sobreviviera en buenas condiciones, ¿podríamos ir a la montaña y plantarlo?” Lo óptimo debería ser reintroducirlo en su hábitat natural. No tiene sentido plantar un abeto entre encinas. Por esta razón me pregunto si podríamos sustituir los clásicos abetos (por lo general, del género Picea) por especies que pudieran sobrevivir durante 10-15 días a las condiciones que se dan dentro de un hogar y que luego pudiéramos replantar en nuestros bosques con garantías. Yo creo que puede ser una alternativa plausible.
“¿Y si en lugar de comprar un árbol, lo alquilara?”. De hecho, ya existen propuestas de este tipo en la península, muy beneficiosas por dos motivos: por la creación de empleo que supone la gestión de los bosques y por el beneficio sobre el medio ambiente que éste comporta. La creación de viveros de árboles de navidad es un negocio que, si se realiza bajo parámetros estrictos de sostenibilidad, pueden suponer una baza importante para ayudar a luchar contra el cambio climático, ya que los bosques fijan una importante cantidad de CO2 atmosférico. Cabe remarcar que actualmente este tipo de viveros “fabrican árboles de usar y tirar” no son sostenibles, ya que para su cultivo intensivo se utilizan gran cantidad de fertilizantes y pesticidas, las prácticas habituales erosionan el suelo y el carbono fijado vuelve al medio cuando el árbol muere. Por eso, ¿qué pasaría si nosotros fuéramos consumidores de un servicio y no de un producto, es decir, si pagáramos por tener un árbol en casa durante diez días y después la empresa lo recogiera, se lo llevara y pudiera volver a realquilarlo al año siguiente?¿No sería una buena alternativa, siempre que esta empresa estuviera cerca de mi ciudad (reduciendo así el consumo de energía en el transporte) y tuviera, por ejemplo, una certificación FSC que garantizara la explotación sostenible de los bosques? Imaginaos un bosque donde los árboles, de alguna manera, pudieran ser retirados por un periodo breve de tiempo sin interceder demasiado en la dinámica forestal y que pasados unos días pudieran reintegrarse en su hábitat natural. Imaginaos que fuera productivo hacer crecer árboles para que, después de su consumo (uso ornamental) durante unos años, se pudiera repoblar en beneficio de todos. Para eso están los creativos, para imaginar soluciones.
¿Y si utilizara otro tipo de decoración para mi árbol en lugar de tantas luces y bolas estridentes? Está claro que uno de los momentos mágicos de la navidad es la decoración del árbol. Me parece que ese momento mágico podría alargarse si los adornos no fueran made in China, sino que nos los hubiéramos currado un poquito más. No, no es cierto que cuanto más brilla el árbol, más regalos nos dejará Santa Claus. Ni tampoco que cuanto más gordas sean las bolas, más envidia tendrá nuestro vecino de nuestra decoración. Y luces, y guirnaldas de plástico, y más luces. La gracia está en pasar algo de tiempo con tus hijos, tus hermanos o tu pareja creando los adornos. En mi casa se ponen manzanas y galletas. En una tarde nos hacemos unos adornos con restos de latas y cartón. Pasamos unos días entretenidos, en contacto toda la familia. Ése es el sentido real que tiene el árbol de navidad.
Porque para poner en el centro del salón un elemento con el que no se mantiene ningún vínculo especial, como un souvenir más , mejor no poner nada.
Que tengáis feliz navidad.
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