El mejor melocotón que haya podido
comerme jamás lo encontré en un badulaque danés. Ni en Navarra ni en el
valle del Jerte. Tampoco es que fuera de allí, sino que viajó miles de
kilómetros desde, precisamente, algún lugar de la Península para poder
ser degustado en el norte de Europa. Qué paradoja. Por fortuna, le
estamos empezando a coger el gusto a comer alimentos sanos. Sin embargo,
aún desconocemos (y en según qué casos, incluso despreciamos) lo que
tenemos cerca.
De todos modos, el quilómetro cero ya es algo cada vez más popular.
Consiste en consumir productos de calidad y cercanos, que hayan
recorrido trayectos cortos desde el lugar de origen a nuestra mesa. ¿Y
qué lugar es el que se encuentra más cerca de la mesa de cualquier
ciudadano? Precisamente, la propia ciudad. Como sabéis, me chiflan los
temas relacionados con la aproximación de la naturaleza a las urbes. Y
el proyecto de final de carrera de
Vahakn Matossian, que acabó la
carrera de Diseño en el Royal College en 2009 es uno de mis favoritos, sobretodo, porque aún sigue vivo:
Fruit City.
Si miramos a nuestro alrededor, en cualquier ciudad, nos daremos cuenta de que estamos rodeados de naturaleza. Naturaleza que nos puede ser útil. Y que puede ser identificable fácilmente. Un ejemplo: los árboles frutales. En cualquier ciudad hay ciruelos, almeces, almendros, alguna higuera e, incluso, plataneras que sabemos qué son y para qué sirven. A raíz (nunca mejor dicho) de esta hipótesis, Vahakn desarrolla un mapeado de Londres, identificando los árboles frutales y lo sube a una web, donde todo el mundo puede ir actualizándolo. La web también contiene una sección de cocina (donde encontrar recetas hasta para hacer sidra) y una guía de reconocimiento de especies. Y además, en un ataque de lucidez, al amigo se le ocurre diseñar una serie de artilugios para facilitarnos la recolección. Una iniciativa que es la pera limonera (y acabo con los chistes frutales, sorry).